Dentro de un entorno marcado por tipos de interés bajos, la falta de liquidez o el saneamiento de activos, las entidades financieras se enfrentan a un escenario en que el que la búsqueda de la eficiencia, tanto por la obtención de ingresos como por la reducción de gastos, se sitúa como objetivo primordial.
Por otro lado, el incremento de las regulaciones tanto a nivel europeo como nacional ha generado un mayor esfuerzo por parte de las entidades bancarias de reforzar su solvencia y liquidez. El control del apalancamiento, el incremento de control de la denominada “banca en la sombra”, o la protección a inversores son sólo alguno de los factores a tener en cuenta por los operadores.
En este sentido, otro elemento que ha incidido de forma notable en esta transformación del sector ha sido la reducción de la capacidad instalada, principalmente afectada por el cierre de sucursales y oficinas bancarias. Esto ha producido un cierto alivio en las cuentas de las entidades, pero deberá ser el propio cliente el que se adapte a un nuevo entorno más digital y con menor presencia física.
De esta forma, el llamado proceso de digitalización del sector financiero y el aumento de la oferta de servicios por vías no tradicionales ha supuesto un punto de inflexión en la evolución del modelo de negocio de las entidades financieras, que han comprendido la necesidad de pasar de la clásica oferta multicanal a un enfoque digital omnicanal que sea más eficiente y satisfaga las necesidades del cliente.
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